miércoles, 16 de noviembre de 2011

Entrevista al percusionista Guillermo Masutti



En la Argentina todo es difícil pero hay garra, veo con esperanza el futuro del teatro musical argentino


     En el teatro El Cubo de la calle Zelaya (Abasto) se escuchan acordes, teclados, pedacitos de canciones. Las butacas rojas aún están vacías; y la banda, en pleno ensayo.

Anteojos, camisa negra a rayas blancas, pantalones oscuros, aire de concentración. Rodeado de timbales y platillos, Masutti (62) ensaya con el resto de la orquesta de “Narciso, Ópera Rock”, el nuevo musical en el que participa. Casi en penumbra, en un ángulo del escenario, ejecuta la música a la orden del director. Una luz verde ilumina las partituras cuyas páginas va pasando sin prisa, llevando con las baquetas el ritmo de la música.

Una vez abajo del escenario, pese a que faltan 10 minutos para que empiece la función, adopta una actitud relajada: “Empezamos cuando quieras”.


Teatro musical: aires de cambio


-Estamos viviendo un tiempo muy especial para el teatro musical: hay mucho movimiento, está surgiendo con fuerza. “Drácula” en el 91  marcó un antes y un después de la comedia musical. Los actores se dan cuenta de que tienen que formarse integralmente, hay muchos músicos que se están especializando en tocar musicales; tienen que ser muy versátiles: saber de música sinfónica pero a la vez tener la ductilidad de poder tocar música jazz o música popular; es muy interesante. Y siento que ya hay un público en la Argentina que se está formando. Hay que desarrollar más, lograr que en la Argentina haya más  turismo y que el turismo vaya al teatro. Eso creo, deseo y quiero.

El Broadway de Sudamérica

-Con Ángel (Mahler) ya estamos desarrollando un proyecto que es un deseo muy profundo: que la calle Corrientes vuelva a tener el brillo que tuvo o –para hablar mejor- no el brillo que tuvo, sino que tenga un nuevo brillo similar al que antes tuvo, que perdió. Los teatros lo tienen, sí, porque los teatros brillan, pero no Corrientes. Queremos que esta calle sea el Broadway de Sudamérica; sé que lo vamos a lograr.

Hay muchos deseos del Gobierno de la Ciudad de hacerlo. Es difícil, en la Argentina es todo difícil pero a la vez hay mucha garra, hay mucho deseo…Ángel volvió de Estados Unidos hace muy poco, de ver obras, y hay algo muy interesante que me comentaba: que en cuanto a producción todo es increíble porque son millones de dólares arriba del escenario,…en términos técnicos, las orquestas se escuchan perfectas. Ahora bien, la garra, la intensidad que pone el artista argentino, es una cosa que se percibe siendo espectador. El espectador no sabe qué es, nosotros sí: es el haber salvado tantas trabas, tantos esfuerzos,… Allá todo es fácil, y está muy bien, pero yo creo, deseo y aspiro a que esto se logre con esa energía y ese valor agregado que le sabemos poner nosotros.

Buenos augurios para lo nacional


-Acá en Argentina hay valores maravillosos: está Favero que también tiene sus obras, yo lo respeto muchísimo, hay directores como Gardellini, por ejemplo,…pero son musicales extranjeros…Lo fantástico de las producciones de Pepe (Cibrián) y Ángel (Mahler) es que las obras son argentinas, hechas por argentinos, actuados por argentinos, creados por argentinos, con músicos argentinos: todo es argentino; esto marca la diferencia. Ellos son los dos pilares de los musicales en la Argentina.

Yo veo con esperanza el futuro del teatro musical. Yo ya veo que está funcionando cada vez hacia adelante, que no hay un retroceso para nada. Y como músico apuesto a eso, deseo eso, y estoy muy feliz de formar parte de la historia, desde mi humilde lugar.

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Hoja de vida

-Comencé muy temprano, tocando desde los 14 años, y estudiando batería alrededor de los 16 con un gran maestro, Junior Chessari, yo fui su primer alumno y el fue mi primer maestro: toda una casualidad.

Pero ya para esa época escuchaba mucha música sinfónica, mal llamada clásica, con un grupo de amigos de mi papá. Se reunían nada más que los hombres; las mujeres después iban a cocinar (risas). Ellos me enseñaron mucho a conocer lo que es una orquesta, y siempre me gustó la percusión. Pasaron unos años y tuve muchas contras de mi familia, inclusive terminé una licenciatura en Marketing, estaba muy confundido. Pero en el fondo, en el fondo y en la superficie lo único que quería era ser músico, dedicarme al arte

Me fui metiendo en el mundo de lo que es el tocar e ingresé a la orquesta juvenil de radio Nacional, después estuve en la sinfónica de la Policía, y en la banda sinfónica municipal. Después entré a la sinfónica de San Martin, más tarde estuve en la orquesta estable del Teatro Colón, en fin: empecé a tocar en 20 mil lados… En el ´91 me llamaron para hacer “Drácula” y ahí tuve la suerte de conocerlo a Ángel Mahler… desde ahí comencé a hacer musicales.



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Para agendar: Narciso Ópera Rock


"Esta es una obra hermosísima cuya música escribió Damián, el hijo de Ángel. Damián está escribiendo maravillosamente bien, llevando a cabo sus primeros emprendimientos. Cuando supe que tenía este proyecto le dije “bueno, quiero estar, tengo que estar”. Me invité (risas)…y estoy contentísimo, porque soy el único joven de sesenta y pico al lado de viejos que no tienen más de veintipico. Así que es lindísimo, lindísimo."


Las funciones son todos los jueves a las 21hs hasta el 8 de diciembre. Entradas ($80) disponibles en Tu Entrada o en la boletería del Teatro El Cubo, Zelaya 3053.
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martes, 15 de noviembre de 2011

Nota sobre el emblemático Café Tortoni

"Tortoni de ahora, te habita aquel tiempo..."
     Entrar en el café Tortoni es como hacer un viaje hacia el pasado. No bien se atraviesa el umbral, la atmósfera que envuelve el lugar- mezcla de olor a café y de nostalgia- transporta de manera instantánea al visitante a la época de Gardel. Entre sus paredes revestidas en madera parece conservarse el eco de las charlas de los ilustres habitués de antaño. Las viejas mesas de mármol probablemente extrañen la presencia de personajes como Alfonsina Storni, Jorge Luis Borges o Baldomero Fernández Moreno, quienes pasaron largas horas departiendo sentados en sus sillas de madera y cuero.
     En el 2000, la legislatura porteña declaró en su honor el 26 de octubre “Día de los cafés de Buenos Aires”. Con motivo de conmemorarse esa fecha cabe preguntarse ¿cómo ha cambiado el Tortoni?


    La historia de este café emblemático trasciende las fronteras nacionales. Para rastrear sus orígenes hay que remontarse al París del siglo XVIII, donde se inauguró el café “Le Napolitan”, sin alcanzar mucho éxito. Velloni, su desafortunado dueño, acabó por suicidarse. En 1798, un pariente suyo con mejor sentido de lo comercial, recogió el legado de su primo. Se trataba de Giusseppe Tortoni, un ex vendedor ambulante de helados napolitano, quien además de popularizar la cassata e imponer el helado en París, hizo famoso al Café Tortoni.

Con el tiempo, el lugar se convirtió en punto de reunión de literatos, artistas, poetas, músicos y hombres públicos. Se cuenta que entre sus paredes se concibió más de un libro y se tramó más de una revolución. Más tarde, en 1870, Celestino Curutchet vino a Buenos Aires. A sus 42 años fundó y dirigió a partir de entonces el Café Tortoni, llamado así en honor de aquel célebre café parisino.

     El establecimiento funcionó originalmente en la esquina de Rivadavia y Esmeralda, hasta que se trasladó a su actual local en1880, con ingreso por Rivadavia. En ese entonces los cafés funcionaban como ejes de la vida social y cultural porteña, concebidos como una institución tradicional de la ciudad. Si bien Buenos Aires ha tenido cafés políticos, literarios y simplemente sociales, sería difícil encasillar al Tortoni en alguna de estas categorías, ya que probablemente tuvo un poco de cada una. Su famosa tertulia, para cual se habilitó el subsuelo del establecimiento, se llamó la Peña de Artes y Letras y tuvo carácter de club, esto es, un sitio neutral donde los artistas y personas afines al arte podían vincularse.

Entre 1926 y 1943, “La Peña” fue un refugio vespertino y nocturno de artistas plásticos, poetas, músicos y escritores; de artistas fracasados, veteranos y aprendices. Debutó allí la orquesta de Juan de Dios Filiberto y actuó Carlos Gardel. Además, por ella pasaron personajes variopintos, como Arthur Rubinstein, Federico García Lorca, Josephine Baker y Borges. Don Curutchet –como buen francés, práctico y romántico a la vez – decía: ‘Los artistas podrán gastar poco, pero pueden dar lustre y fama a un establecimiento público’.

Hoy, el Tortoni mantiene intactos su sala de pool, la biblioteca y el salón del subsuelo, donde se llevan a cabo espectáculos de tango y eventuales conciertos de jazz. No obstante, ya no se ven escritores, cantantes y poetas animando sus mesitas redondas, sino una gran cantidad de turistas que acuden ávidos de tradición y de historia.

     Las lámparas colgantes que desde siempre iluminaron el salón principal, con capacidad para más de 45 personas, ahora rivalizan con la luz cegadora de los flashes, mientras que los mozos están acostumbrados a responder preguntas curiosas y a sacar fotos ante el pedido de bulliciosos comensales, que se pasean entre las mesas registrando cada centímetro del lugar con sus cámaras digitales. En definitiva, el Tortoni se ha convertido en un lugar de paso obligado para los turistas que visitan Buenos Aires.

     Pastor Mendoza atiende las mesas con el aire altivo y seguro de quien conoce a fondo su oficio. Hace 34 años lo tomaron casi por casualidad: “Vine de Corrientes a la capital a pasear por unos días, pero me fui quedando, hasta que un día llegué al café a visitar a un paisano que trabajaba acá; me dijeron que andaban buscando mozos, me entrevistaron y ese mismo día empecé a trabajar”, relata. Es uno de los mozos más antiguos; los demás tienen un promedio 15 y 20 años de servicio a excepción de un chico nuevo, contratado recientemente. “Es porque sabe hablar idiomas”, explica Mendoza.  En efecto, la cantidad de turistas que diariamente pueblan las mesas del café impone la necesidad de una persona que pueda comunicarse fluidamente con ellos. Según Mendoza, la época del año con la mayor afluencia de visitantes extranjeros se da entre febrero y abril: “Es la temporada de los cruceros: pasan por Buenos Aires y se quedan por unos días, siempre pasan por aquí…”, explica.

     Pese a que nunca imaginó que el café se convertiría en un lugar tan turístico, el experimentado mozo, quien en su momento tuvo “el gusto de atender a Borges” dice no lamentar la pérdida de la tradición: “Conocí a gente de todo el mundo. Aunque haya cambiado la clientela, para mí es un orgullo trabajar aquí, en un lugar con tanta historia”. Entre las personalidades contemporáneas que pasaron por el café se cuentan el rey Carlos de Borbón, Hillary Clinton, Paloma Herrera, Alan Parker, entre otros. De las de antaño se mantienen fotografías y recuerdos en vitrinas,  retratos, autógrafos y pinturas colgadas en las paredes. Incluso, algunas mesas llevan el nombre de un algún personaje célebre vinculado al Tortoni, como la mesa “Ricardo M. Llanes”.

     Especialmente los fines de semana, es imposible dejar de oír diferentes acentos entre las mesas, mientras que al exterior del café se forman largas colas de gente que pugna por entrar. Los clientes locales, por su parte, forman un grupo muy reducido: el café dejó hace mucho de ser, como antes, un centro que nucleaba a las grandes figuras de la vida cultural argentina.

     En el Tortoni al que Eladia Blázquez le dedicó un tango, permanecen los fantasmas:   “Tortoni de ahora, te habita aquel tiempo. / Historia que vive en tu muda pared. / Y un eco cercano de voces que fueron, / se acoda en las mesas, cordial habitué”.
     Inmortalizados en retratos, bustos y hasta caricaturas como la de Tita Merello, las figuras de aquellos habitués del ayer son los testigos mudos del trajín diario de un café que no ha cambiado nada y que sin embargo, ya no es el mismo. 


Para agendar: 
El café Tortoni está ubicado en Avenida de Mayo 825.
Horario de atención: lunes a sábados de 8 a 15:30 hs, domingos de 8 a 13hs.